#4. Haz un relato en el que tu protagonista, una herrera, realice el viaje de la heroína.

Tres décadas han pasado desde el derrumbe de la monarquía. Desde aquel día de otoño en el que Raul, rey de todo Myrcel, fue derrocado tras las murallas de su palacio. Fue sustituido por Hazal, que no tardó mucho en ser conocido como el mayor tirano conocido. Tras su ascenso, la muerte y la sombra se cernieron sobre Myrcel. Pero sobrevivió, o eso se cuenta en las tabernas y en los mercados mediante susurros, Hazal tiene espías en todas partes. Se dice que el Rey Raul sobrevivió a la masacre tras la derrota, que viajó hasta las Montañas del Hielo y que allí ha estado todo este tiempo, esperando su momento para regresar.

Al menos eso cree Laia, que ha oído esas historias desde que era niña y tiene fe en que sean ciertas. Ha escuchado rumores de que Raul había conseguido un pequeño ejército, que tenía al mejor caballero de la tierra, uno con el poder para derrotar al dictador. Y Laia cree que puede ayudarlo.

Ella trabaja junto a su padre, que es herrero. Su padre se aseguró de que aprendiera su oficio y de que trabajará junto a él y que pudiera tener un futuro tras su muerte. La madre de ella falleció al poco de su nacimiento. Y este le enseñó todo lo que sabía. Laia se hizo diestra en el manejo de los metales y es capaz de fundir y moldear cualquier tipo de metal a su antojo. Su curiosidad la hizo experimentar con distintas aleaciones para conseguir que sus espadas y escudos fueran cada vez más resistentes y duraderos. Y está segura de haber conseguido forjar una espada tan resistente que su hoja no podría ser mellada ni con un diamante. Y un escudo tan fuerte, que ni una estampida de rinocerontes haría que se quebrara. Debido a su pasión por el arte de fundir metales, Laia había experimentado con todos los metales conocidos, también había encontrado un método para fundir rocas, minerales y piedras preciosas. Tras probar distintas combinaciones, consiguió una aleación de este poderoso metal, que tras enfriarse no puede ser siquiera fundido de nuevo. Y esto es lo que ella piensa entregarle al Rey Raul, y así su caballero podrá vencer la batalla y matar al tirano.

Tras un mes de arduo camino, la herrera toca las puertas de bronce de la fortaleza bajo las rocas, esta información le costó varias decenas de armaduras. Tras unos minutos de espera una voz sale desde las rendijas de la puerta.

Ubi et cuando?

Hic et nunc— contesta Laia con decisión.

Las puertas se abren con un chirrido y el aire caliente se escapa de las entrañas de la montaña. El pulso de Laia se acelera, la han dejado entrar. Los hombres que esperan tras la puerta abierta llevan capas hasta los tobillos y sus capuchas doradas no dejan ver sus rostros. La llevan a través de los oscuros pasadizos hacia el interior, no le dirigen la palabra ni la miran en ningún momento y lo único que se escucha alrededor son los pasos contra la piedra y la respiración agitada de Laia. Tras lo que se le hace una eternidad, llegan a un vestíbulo decorado con alfombras y árboles frutales. Donde, sentado en una ornamentada silla de madera de sauce, se encuentra el rey Raul. Y no está sólo, Laia se encuentra de repente con al menos quince pares de ojos observándola con curiosidad. La chiquilla tenía el aspecto propio de haber recorrido a pie unos cientos de kilómetros, cargada con una gran caja de madera colgada en su espalda.

—¿Te conozco?—pregunta el rey con un ligero tono de burla reflejada en los ojos.

— No, señor. vengo desde muy lejos, creo que tengo algo que puede que necesitéis. Es increíble saber que seguís aquí.

— ¿Y que te hace pensar que necesito algo que tu puedes darme?

Esto lo dijo con desprecio. Lo que hace que Laia dude por primera vez si ha hecho lo correcto en venir hasta ese lugar.

— Veréis, yo…bueno, soy Herrera. Me dedico a…

— ¿Herrera? ¿Crees que tengo tiempo para hablar con una Herrera enclenque? Estoy a punto de librar una batalla niña, mañana partiremos al alba hacia el Castillo Gris y no creo que tu tengas nada para entregarme

— Por eso he venido, tengo una espada y un escudo que podrían serviros. Creedme, creo que he conseguido un metal indestructible. La hoja de la espada no se mella con nada y el escudo…

Laia deja de hablar, ya no se le oye por encima de las risas de los presentes. Que la miran y señalan mientras ríen con la boca abierta. Ella contiene la respiración hasta que el rey Raul consigue volver a hablar.

— ¿Cómo te llamas?— le dice sin dejar de sonreír.

—Laia. Contesta ella con un hilo de voz.

—Un placer conocerte, Laia.

Tras esas palabras y unos pobres intentos de forcejear contra los guardias. Laia se encuentra camino a la salida, vuelven a abrir las puertas y antes de que pueda evitarlo, se vuelven a cerrar dejándola sola fuera otra vez. No puede creerse lo que acaba de suceder, después de todo el esfuerzo, de todas las horas que tuvo que pasar fabricando armaduras para conseguir llegar hasta aquí. Después de pasarse horas imaginando este día, en que le entregara la espada y el escudo al rey, que gritara de júbilo porque la guerra está ganada. Esos sueños se fueron rápidamente de su cabeza y sólo pudo sentir ira por como la habían tratado, de cómo se rieron de ella, sin tan siquiera preguntarle nada. Pero Laia no se rinde, y tras un leve vistazo a su alrededor, echa a andar y llega a la entrada de las caballerizas, donde una carreta con armas parece lista para mandarse al campo de batalla.

A la mañana siguiente, Laia se despierta por el traqueteo de la carreta que se pone en marcha. Escucha el sonido de las pezuñas de los caballos sobre la tierra y ve los rayos del sol entrando por la carreta. Se dirigen al Castillo, la herrera se pone una de las armaduras y se sienta. Las siguientes horas pasan lentas, Laia le da vueltas a la cabeza a las posibilidades y simplemente espera a que llegue el momento. Si el caballero no la escucha o no consigue acercarse a él tendrá que rezar para que gane. Y si no gana, alguien tendrá que hacerlo por él.

La tropa ya se acerca a las puertas del enorme castillo. Las altas murallas de roca gris se funden en las montañas y el rey se encuentra a la cabeza. Con un caballero a su derecha, ataviado con una armadura dorada y un casco con plumas. La espada dorada brilla con los rayos del sol y Laia chasquea la lengua al verla, camuflada entre los soldados.

— Oro, a quien se le ocurre— dice entre dientes.

Las puertas de abren y el tirano Hazal sale rodeado por miles de soldados. Se acerca a ellos con expresión de desprecio y el ambiente se carga de tensión. El enemigo cabalga con calma y seguridad hacia ellos, muy inferiores en número.

— Raul, querido amigo. Al final has venido, y traes a ese famoso caballero que va a quitarme el trono— dice Hazal con voz áspera y con un aire de locura en los ojos.

Nadie dice nada, el caballero da unos pasos hacia delante con la espada en alto, retando a Hazal. La batalla no dura ni un minuto. Hazal decapita al caballero a los tres golpes de espada y el sonido de su cabeza remontando contra el suelo resuena en sus oídos. En cuestión de segundos puede olerse el miedo y los soldados nerviosos miran al rey Raul. Hazal mira a Raul con una sonrisa irónica.

—Encantado de conocerte.

La espada de Hazal vuela hacia Raul y en un abrir y cerrar de ojos, que cae del caballo con la espada clavada en el hombro. En ese momento los soldados se abalanzan hacia el enemigo, en defensa de su rey. Y Laia no tiene más remedio que desenvainar la espada y buscar a Hazal mientras blande el escudo negro, que desprende un leve brillo rojo a La Luz.

Recorre como puede algunos metros esquivando como puede los golpes y las fechas que lanzan desde las almenaras. Y siente como la espada parece tener vida, como parece atraída como un imán hacia Hazal, como la guía hacia él. Laia lo ve, inmóvil, observando con una sonrisa en el rostro la batalla, como masacran a los soldados del rey Raul, mientras este yace muerto bajo las patas de su caballo. Ella corre hacia el, este la mira levantando una ceja y, antes de que pueda agarrar la suya, la espada de Laia se clava en su pecho, que parece sangrar tinta. La sangre podrida de un alma muerta. Resbala por la hoja de su espada. Todo alrededor parece morir, los caballos de los enemigos caen al suelo, los soldados yacen muertos. Todo parece haber acabado.

#3. El protagonista ve algo en el espejo que no debería estar ahí.

Al norte de las Colinas de Cristal se encuentra el Gran Valle. El reino, antaño fértil y lleno de vida, lucía oscuro y sin vegetación. De sus ríos, que décadas atrás eran caudalosos y estaban repletos de agua pura y nutritiva, solo quedan las profundas grietas sobre el relieve,  que fueron causadas por la erosión de las aguas durante siglos. Los lagos cristalinos se convirtieron en pantanos de agua turbia y la ciudad se quedó sin vida. Un enorme castillo de piedra se cierne sobre el valle, sus murallas están cubiertas de cristales que atrapan cualquier atisbo de luz que se refleje en ellos. Años atrás, el brillo de los cristales podía verse desde miles leguas de distancia, pero hoy día esa luz no era más fuerte que la de las brasas de una hoguera a punto de extinguirse.

La Reina Gracia, la actual mandataria del reino, está sumida en la lectura con el ceño fruncido. El enorme volumen narra la historia de la hegemonía de su pueblo y de cómo esto cambió tras morir su abuela. El poder del reino se basó durante siglos en la extracción de los cristales de luz que, una vez extraídas de las Colinas de Cristal, les proporcionaban calor y energía. El poder de los cristales dotó durante siglos a su reino de hegemonía y riqueza, su luz era tan poderosa que con un cristal de tan solo unos centímetros se generaba energía suficiente como para cocinar para toda la ciudad entera. Los utilizaban para generar calor, luz e incluso para hacer funcionar mecanismos que usaban para hacer funcionar los molinos y para sembrar y cosechar las tierras fértiles. La Reina Gracia recuerda aún como los cristales perdieron su luz pocos días antes del fallecimiento de su querida abuela. Los ríos se secaron y las tierras dejaron de dar frutos, dejando al pueblo sin alimento. En la actualidad, se necesitan muchos cristales para poder calentar un pequeño guiso y en la ciudad solo quedan los pocos que no tuvieron el valor de marcharse.

Gracia cierra el libro con un suspiró, se levanta y recorre la habitación con gesto preocupado. Se ha pasado los últimos años investigando sobre su pueblo, sobre el origen de su poder, tratando de encontrar alguna respuesta sobre los cristales y entender porque perdieron su luz. Dirige su mirada hacia la ventana y observa las Colinas de Cristal. Las leyendas cuentan que en su interior un cristal de color carmesí, tan brillante como el sol, alimentaba con su luz al resto de los cristales blancos y daba al que lo poseyera el poder para gobernar a todos los reinos. Cuentan que su abuela se lo llevó poco antes de morir, porque sabía que su ambicioso hijo, el padre de La Reina Gracia, tenía intención de robar el cristal cuando ella falleciera y declarar su reinado sobre todos. Cuentan que lo escondió para dejárselo a su verdadero heredero. Su padre ordenó registrar el reino muchas veces, tratando de encontrar el cristal y se pasó años obsesionado con esas historias. Envió exploradores a todos los reinos y mandó asesinar a todo aquel que sospechara que poseía el cristal. Su paranoia se incrementó con los años y acabó suicidándose en sus aposentos. La Reina, la única hija de éste, se convirtió en reina y lleva desde entonces tratando de encontrar alguna respuesta lógica, puesto que ella no creía en las leyendas de los campesinos.

Gracia se mira en el espejo, sus ojeras destacan sobre su piel amarillenta y ella observa su gesto, que es permanentemente serio. Entonces lo ve, tras ella hay en el suelo un baúl dorado decorado con cristales formando una estrella. La Reina mira hacia atrás, asustada, esperando encontrarse el baúl justo a su espalda. Pero detrás de ella no hay nada, sólo el suelo labrado en piedra. Vuelve a mirar al espejo y lo ve, con sus cristales resplandecientes, tal como Gracia los recordaba.

—No puede ser—dice de forma entrecortada mientras dirige la mirada nuevamente al suelo vacío que hay a su espalda.

Manda llamar al sirviente, que no ve ningún baúl ni nada parecido en el espejo. Justo antes de salir de la estancia dirige a La Reina una mirada preocupada. Ella sabe lo que él piensa, ella lo está pensando también: se ha vuelto loca, como le pasó a su padre. Los días siguientes sumen a Gracia en el pánico. Allá donde vaya, todos los espejos reflejan el cofre dorado postrado en el suelo, a su espalda. Puede verlo en el reflejo de los ventanales, y también ve cómo la miran los criados. Cómo susurran a sus espaldas al ver su pálido rostro mirando los espejos asustada.

Una de esas noches La Reina Gracia se despierta de sobresaltada, mira a su alrededor con una mirada desorientada respirando agitadamente. Manda llamar a Sir Francis, su más fiel consejero, que también lo había sido de su padre y su abuela.

— Me necesitaba su majestad—replica pausadamente Sir Francis visiblemente molesto con una bata sobre sus ropas de dormir.

—Sir Francis, perdóneme usted que le haya hecho salir de la cama estas horas. Pero este asunto no puede esperar—dice la Reina disculpándose—. He tenido un sueño muy extraño, mi abuela ha estado aquí. No me mire así Sir Francis, no se crea que no se lo que piensa. Pero estoy segura de que esto no es fruto de la locura. Mi abuela ha estado aquí, las leyendas eran ciertas, ella escondió el cristal carmesí en el baúl y se lo llevó de aquí. Quiere que lo encontremos y restablezcamos la hegemonía del pueblo.

Sir Francis le dirigió una mirada de profunda lástima que La Reina sólo había visto en contadas ocasiones. Respiró profundamente antes de hablar.

—Su majestad—le dijo tratando de parecer calmado—, ya hemos registrado el castillo muchas veces. El reino entero fue registrado, su padre se encargó bien de ello. No existe tal cristal. La luz no volverá señora, la perdimos hace mucho tiempo.

—Le digo que el cristal existe, está aquí, en el castillo, envía inmediatamente una carta al sacerdote. Quiero que esté aquí cuando antes, vamos abrir la tumba de mi difunta abuela.

—Pero, pero…su majestad—logró decir con los ojos como platos.

—No hay peros que valgan Sir Francis, haga lo que le digo—La Reina, que había estado dándole la espalda hasta entonces, se giró y calmando la voz añadió—. Por favor.

Unas horas más tarde, en la cripta de su abuela. Dos antiguos mineros golpeaban el cincel tratando de abrir la tumba. El sacerdote, que había gritado y luchado contra ese sacrílego, rezaba de rodillas sin mirar la escena . Y La Reina, acompañada de Sir Francis, aguardaba decidida. Pasados unos largos minutos, la tumba se abrió dejando escapar miles de motas de polvo de su interior. Al abrirla solo vieron el cuerpo de su abuela, que yacía envuelto en un tapiz de seda azul. Todos se volvieron a mirarla.

—Sacadla, quiero ver que hay debajo.

El sacerdote volvió a rezar cada vez más rápido. Tensaba el rostro y parecía a punto de desmayarse. Sir Francis apretó a los labios y, mirando a los mineros, asintió. Tras levantar la camilla donde la abuela de Gracia se postraba, un intenso brillo salió del interior del féretro, un brillo que todos llevaban demasiado tiempo sin ver. Pudieron ver el baúl dorado, tal y como La Reina Gracia había descrito, los cristales formando una estrella de cinco puntas y su relieve ornamentado. Esta se giró y miró a Sir Francis, que la miraba con los ojos muy abiertos.

La Reina se acercó cuidadosamente al baúl y acarició con cariño los cristales. Podía sentir la energía que desprendían. En la habitación parecía que nadie respiraba, como si los corazones de todos los presentes se hubieran parado junto con el paso del tiempo. Pasó la mano por el borde del baúl y encontró una pestaña. La levantó delicadamente y empujó hacia arriba la tapa. Todos los presentes cerraron los ojos, el brillo cegador de color carmesí se reflejó en todos los cristales de la estancia, que comenzaron a brillar a la vez, alimentándose de La Luz cegadora que nacía del baúl. Gracia tomó en su mano el cristal azul, que sorprendentemente era muy frío y miró alrededor. Todos los presentes la miraban con la boca abierta, no eran capaces de creer lo que estaban viendo, La Luz había regresado. O, mejor dicho, La Reina Gracia la había recuperado.

La Reina vio entonces como, uno a uno, incluído al sacerdote que había dejado de rezar y se había levantado, comenzaron a arrodillarse ante ella.

#2. Historia sin ningún adverbio-mente.

En una tranquila noche de verano en un barrio de Madrid. La brisa agitaba los rizos  pelirrojos de Karina que asomada a la ventana de su cuarto, esperaba a que su novio la recogiera. A pesar de que no llevaba mucho tiempo esperando movía la pierna con gesto impaciente, quería verla. Llevaba semanas dándole vueltas al asunto y a pesar de haber llegado ya varias veces a la misma conclusión, seguía sumiéndose en los mismos pensamientos.

Karina había conocido a Pablo al comenzar a estudiar medicina dos años atrás.                                        Eran compañeros de clase y pasaron a formar parte del mismo grupo de amigos. Por lo que no tardaron mucho en comenzar a salir. Al principio la relación fue muy bien, hasta que se conocieron. La primera vez que sus miradas se cruzaron Karina sintió que su corazón daba un vuelco. Alicia tenía una mirada profunda, nunca podías saber que pasaba por su cabeza. Las dos se cogieron cariño muy rápido y en tan sólo unas pocas semanas se volvieron inseparables. Y, a pesar de que habían pasado solo unos meses desde ese momento, Karina no podía evitar estar enamorada de ella. Era algo que nunca había dicho en voz alta y las veces que lo decía para sus adentros se negaba esa verdad que tan bien conocía. La relación con Pablo había sufrido mucho por este sentimiento, como es natural Karina se debatía entre la moral y el corazón casi cada minuto que pasaba despierta. Cada día dormía menos y se irritaba más con cada cosa que Pablo decía o hacía. Ella se sentía cada vez más culpable por toda la situación: por mentirse a sí misma y por mentir a Pablo.

Justo cuando ya comenzaba a desesperarse vio el coche de Pablo girar la esquina de su calle. De forma precipitada, Karina cogió sus cosas y salió de casa. Mientras lo hacía se le aceleró el corazón, no por la fiesta ni por Pablo: por Alicia. Tres días atrás habían estado a punto de besarse en el ascensor de la universidad. Las dos hicieron como que no había pasado nada pero Karina estaba segura de lo que había sentido.

— Hola, llegas tarde—replicó Karina mientras se subía al coche.

—Hola, lo siento—contestó Pablo con un tono que hizo que Karina se sintiera culpable—. Estás muy guapa.

Karina se sintió de repente muy incómoda. No quería oír que estaba guapa, al menos no de él.

—Gracias—contestó sin mucho entusiasmo.

Pasaron todo el trayecto en silencio, Karina miraba por la ventana mientras Pablo alternaba la vista entre la carretera y ella, parecía preocupado. Cuando pararon Pablo tuvo el coraje de hablar.

—Oye Karina, ya te lo he preguntado muchas veces. Pero estás muy rara, de verdad si no quieres seguir con lo nuestro…si sientes algo por otra persona—dijo diciendo cerrando un poco los ojos en gesto de dolor, Karina se sentía cada vez peor—. No dudes en decírmelo Karina. Ya no sé qué más hacer para volver agradarte.

Karina no supo qué contestar. Pese a tener la verdad en la punta de la lengua no era capaz de decirla. Pero entonces Karina le miró, y lo vio mirándola con los ojos llenos de lágrimas. Esos ojos verdes que antes era todo su mundo y que significaban tan poco ahora. Decidió ser valiente por él, porque se merecía alguien que le quisiera.

—Pablo, la verdad es que sí que tengo algo que decirte. Yo, yo…—dijo Karina con voz áspera—Pablo, lo siento de verdad, no quería que esto pasara. Pero ya no siento lo mismo, mereces que al menos te sea sincera.

Quince minutos después, amargas lágrimas recorrían el rostro de Karina que estaba sentada en un banco a veinte metros de la entrada de la fiesta. Su móvil comenzó a sonar y, pese a lo triste que estaba, su pulso se aceleró al ver que ella la estaba llamando. Miró hacia la puerta del local y allí estaba. No pasaron demasiados segundos hasta que Alicia la vió, dudó un segundo y se acercó hacia ella con urgencia. Una hora más tarde, Karina ya reía otra vez mientras miraba a Alicia embelesada. Habían ido a casa de esta y bebían de una recién estrenada botella de vino blanco. Charlaban animadamente y se acercaban cada vez más. Cuando ya tenían ambas las mejillas coloradas de la bebida, Karina se sintió valiente.

—Ali, tengo que decirte algo… Bueno, quizás ya lo sepas. No estoy segura de porqué te lo digo, pero no aguanto más—dijo Karina con voz temblorosa. No se atrevía a levantar la vista de su copa.

Al alzar la mirada, se encontró con aquellos ojos. La miraban más penetrante que nunca, sentía que su mirada podía atravesar su piel y ver su corazón latiendo desbocado. Karina no fue capaz de hablar, no pudo mover ni un músculo. Ya temía que ella le rechazara, sabía que esa posibilidad existía. De hecho, si no hubiera sido por el episodio del ascensor ella nunca hubiera sido capaz de confesarlo. No tuvo que esperar mucho, Alicia sonrió de una forma que nunca Karina había visto. Su mirada era cómplice, sentía la picaresca de su forma de mirarla. Por primera vez, supo que estaba pensando.

#1. Propósitos de Año Nuevo.

El último amanecer del año comenzaba a proyectar sus rayos de luz a través de las ventanas, Cristina aún continuaba sumergida en sus sueños. La desordenada habitación se llenaba de reflejos anaranjados y los sueños de la chica parecían volverse incómodos. Se revolvió durante unos minutos tensando el rostro y, antes de que terminara de salir el sol por el horizonte, se despertó bruscamente. Sus ojos castaños recorrieron la habitación como si buscara alguna señal de peligro, unos segundos después volvió a dejarse caer en la cama con un suspiro. Dirigió su mirada al reloj que en su estantería marcaba las siete de la mañana.

—Treinta y uno de diciembre…—murmuró con desgana.

Siguió tumbada en la cama durante un largo tiempo sumida en sus pensamientos, que viajaban a lo largo de recuerdos amargos. Cristina recordó lo que había sucedido los últimos años; desde que se enteró que sus padres iban a divorciarse y  que su madre había tenido un amante durante décadas. Al principio, ella no entendió como su padre no se percató de sus idas y venidas. De cómo sus congresos y conferencias fuera de la ciudad no encajaban del todo con sus escapadas de fin de semana con amigas. De cómo ella había podido tener una doble vida delante de sus narices y haber estado tan ciego. Aquél día el mundo dejó de girar para Cristina, quien tenía como un ideal la relación de sus padres desde que era una niña. Después de superar una pequeña fase de desconcierto, y otra no tan pequeña de negación, comenzó a odiar a su padre. Echándole la culpa de que su madre tuviera que huir a los brazos del otro. Le reprochaba que no hubiera estado más pendiente de ella y de sus sentimientos.

—¡Qué gilipollas!—exclamó en voz alta al recordar aquel sentimiento tan ridículo—Papá no podía evitarlo.

En esa fase su resentimiento dio un giro y ella cambió el foco de su ira hacia su madre. La había decepcionado como madre y como mujer, solía decirse Cristina para sí misma. Queriendo convencerse a sí misma de que una es menos madre o menos mujer por ello. Cuando lo que ella no quería admitir es que le dolió que su madre no pensara en ella y en sus hermanas cuando se acostaba con otro hombre. Porque ella tenía claro que no lo hubiera hecho si hubiera pensado en ellas. Desde ese momento Cristina cortó la relación con su madre. Dejó de cogerle el teléfono y de responder a sus mensajes y comunicó a sus hermanas que no quería volver a tener relación con la señora, como la llamaba ahora. Sus hermanas no estuvieron de acuerdo con esa decisión y, tras una larga discusión, dejaron de hablarse. Después de dos años en esa situación, en la que Cristina había celebrado sola ya dos Nochebuenas y dos Nocheviejas, dos semanas antes una de sus hermanas le escribió para que celebrase con ellos la Nochevieja si quería. El sobrino de Cristina estaba a punto de cumplir un año y aún no lo había conocido. Por tanto Cristina había accedido a su invitación y esa noche se reuniría otra vez con su familia.

Cristina, cansada ya de pensar, se levantó por fin de la cama torpemente y miró su tablón de corcho. Ahí se encontraba la lista de propósitos que se había propuesto al principio de ese año y en la que sólo quedaba una cosa por tachar: “Ver al menos una vez a mi familia”.

Suspiró esperanzada, parecía que por fin iba a cumplirlo aunque fuera el último día del año.

—Dicen que es mejor tarde que nunca—expresó en voz alta mordiéndose las uñas con nerviosismo.

Unas horas más tarde, Cristina ya se encontraba preparada para salir. Los nervios la habían atrapado y las manos le temblaban mientras metía sus cosas en el bolso. Estaba ya a punto de salir cuando el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón.

—¿Diga?

—Cristina, soy Teresa—contestó su interlocutora con voz seria.

—Hola, ¿qué tal todo?—saludó Cristina con voz temblorosa al oír la voz de su hermana mayor.

—Oye, quería decirte que sería mejor que no vinieras hoy. La casa se nos ha quedado sin luz y hasta mañana nadie nos lo puede solucionar. Iremos todos a casa de mamá, pero no creo que le hiciera gracia que venga—alegó con voz que quería simular tristeza—.Lo siento Cristina, de verdad.

Cristina permaneció en silencio durante algunos segundos mientras trataba de aceptar lo que acababa de oír. Sintió que su corazón se fracturaba otra vez, y gracias a la misma persona. Estaba a punto de contestar cuando sonó el timbre. Ella miró extrañada a la puerta y, frunciendo el ceño, se excusó con su hermana rápidamente y se acercó a la puerta. Sin saber porqué, se emociono al pensar quién estaría detrás de la puerta. Por un momento pensó que su padre había vuelto del Nepal para sorprenderla. Al abrir la puerta, no fue capaz ni siquiera de pestañear, su madre la miraba como si se preparara para defenderse.

Tras un minuto que pasó tan despacio como una semana. Las dos permanecieron mirándose en silencio. Cristina no sabía qué hacer, se debatía entre la ira y la nostalgia al recordar su propósito de año nuevo: que se estaba cumpliendo en ese mismo instante. Entonces su madre habló con voz frágil.

—Cristina, lo siento—le dijo su madre agachando la cabeza.

Eso era demasiado para Cristina, la niña que había sido quince años atrás salió de ella y abrazó a su madre entre sollozos. No podía odiarla sin odiarse a sí misma por hacerlo. Era hora de dejar a un lado su recién cumplido propósito y sustituirlo por uno nuevo: “No dejar de ver a mi familia”.

52 Retos de escritura para 2019.

Este año me he propuesto ser constante con la escritura, ya que desde hace tiempo quiero aprender a narrar historias. Por esto, he decidido unirme al resto anual de escritura de Literup, en mi caso he optado por escribir un relato por semana durante todo 2019.

Listado de Retos:

https://blog.literup.com/52-retos-de-escritura-para-2018/

  1. Escribe un relato sobre los propósitos de año nuevo de tu personaje.
  2. Escribe una historia sin un solo adverbio -mente.
  3. Tu protagonista se mira en el espejo y ve algo que no debería estar ahí.
  4. Haz un relato en el que tu protagonista, una herrera, realice el viaje de la heroína.
  5. Empieza tu relato con una pregunta y acábalo con la respuesta.
  6. Haz un relato desde el punto de vista de un yeti sobre sus avistamientos de humanos.
  7. Dos de tus personajes se enamoran. Escribe un relato romántico lejos de los tópicos.
  8. Haz un relato con un personaje mitológico como protagonista.
  9. Escribe un relato infantil con una moraleja educativa.
  10. Haz un relato sobre una mascarada.
  11. Escribe una ucronía con la invención de la imprenta en 1440 por Johannes Gutenberg.
  12. Haz un relato que incluya las palabras “lunes”, “guisantes” y “alfombra”.
  13. Escribe una historia sobre una maldición familiar.
  14. Haz un relato epistolar sobre un personaje que escribe a su “yo” de cuando tenía 12 años.
  15. Escribe un retelling de una historia de Disney en clave de terror.
  16. Haz un relato romántico que imite a ‘Pretty Woman’, pero con el género de los protagonistas intercambiados.
  17. Escribe un relato sobre dos alienígenas, muy diferentes entre sí, que son muy amigos/as.
  18. Utiliza el efecto Rashomon en tu relato para mostrar una fiesta de cumpleaños que acaba mal.
  19. Haz un relato sobre varios personajes encerrados a causa de una ventisca.
  20. Escribe un relato sobre un domador de dinosaurios.
  21. Haz un relato en el que todos los personajes lleven sombrero.
  22. Escribe un thriller en el que el protagonista deba conseguir salvar las amapolas de la extinción.
  23. Haz un relato sobre un protagonista que despierta al lado de un cadáver y tiene que descubrir qué ha ocurrido.
  24. Escribe una historia sin usar el verbo “tener” en ninguna de sus conjugaciones.
  25. Personifica uno de los siete pecados capitales y escribe un relato sobre su intento de cambiar.
  26. Escribe un relato sobre el mundo de la moda con un narrador editorial.
  27. Haz un relato sobre un personaje con síndrome de abstinencia.
  28. Escribe una historia sobre la maternidad.
  29. Haz un relato con un narrador en segunda persona al estilo ‘Elige tu aventura’.
  30. Escribe una historia que contenga la frase “Y eso no es lo peor que me había pasado”.
  31. Haz un relato sobre dos personajes que se odian y deben compartir un viaje largo en coche.
  32. Escribe un relato en el que tu protagonista acabe al final con un cliffhanger colgando de la cornisa de un edificio en llamas.
  33. Haz que tu relato gire en torno a un cuaderno de dibujo.
  34. Escribe un relato con dos personajes que tengan maneras de hablar distintas.
  35. Inventa una guerra y pon a tu protagonista en la vanguardia de la batalla.
  36. Comienza un relato con “Estoy en el fin del mundo”.
  37. Escribe una historia sobre un superhéroe que de pronto pierde sus poderes.
  38. Escribe un relato en el que tu protagonista siga el arco emocional de Ícaro.
  39. Haz un relato en clave de humor sobre un hombre con miedo a los cacahuetes.
  40. Escribe una historia que tenga lugar en una carpintería.
  41. Haz una historia sobre un personaje que tiene remordimientos.
  42. Haz un relato que incluya las palabras catalanas ‘primmirat’,  ‘seny’ y ‘escanyolit’.
  43. Escribe un relato sobre dos personajes que se conocen a través de una app de contactos.
  44. Haz un relato sobre un personaje que está solo, pero se siente muy bien acompañado.
  45. Escribe un relato que contenga una leyenda inventada por ti.
  46. Tu protagonista se enfrenta a un proceso de duelo. Escribe un relato muy emotivo.
  47. Haz una versión alternativa de ‘El mago de Oz’ en la que Dorothy es la antagonista de la historia.
  48. Escribe un relato situado en Júpiter.
  49. Escribe una historia sobre un personaje que despierta y al que sus familiares y amigos no reconocen.
  50. Haz un relato con un personaje secundario que sea un pirata que roba pizzas. ¡Y ojo, que no eclipse a tu protagonista!
  51. Escribe un relato que describa un beso (¡solo uno!) y todas las sensaciones que provoca en los personajes.
  52. Todo le sale mal a tu personaje el 31 de diciembre antes de la cena. De ti depende que empiece el 2020 con buen pie o en la miseria.

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